viernes, 26 de septiembre de 2014

La Vieja Peaches en julio de 2007

Peaches Staten y Ezequiel Espósito, en el Celtics de Satélite
Miércoles 17 de enero de 2007

Julio de 2007. Peaches se cortó el cabello, y sigue igual de chula. El nuevo look de Faye Staten realza la belleza de su rostro y la hace parecer una colegiala traviesa que recién se ha escapado del internado de señoritas. Llegó ayer a la ciudad, y en la noche ya estaba reunida con los miembros de Vieja Estación, con el propósito de tocar un rato y, así, calentar motores.

Porque hoy ofrece el primero de sus tres conciertos en Ruta 61.

Ésta es la tercera vez que Peaches visita nuestra ciudad, y al volver a escuchar a la banda argentina ha quedado profundamente impresionada, no sólo por el talento, la destreza y la calidad de sus músicos (virtudes que conoció hace cinco meses) sino también por el profesionalismo y el profundo sentido de responsabilidad de José Luis Sánchez (teclados), Ignacio Espósito (batería), Mauro Bonamico (bajo) y Santiago Espósito (guitarra): escuchan los títulos de las canciones, definen los tonos respectivos, atienden los contextos indicados... y ya, con eso tienen para ofrecer a Faye un gobelino musical de factura irreprochable, un tejido bien tejido de armonías, modulaciones, ritmos y atmósferas, algo así como un departamento lleno de luz bellamente amueblado, limpio, alegre, con estilo, habitado por personas que aman y disfrutan lo que hacen.

Para mi sorpresa y para mi alegría, Peaches propone comenzar el ensayo con Some kind of wonderful, de John Ellison, una canción que roza mi nostalgia y me recuerda las fiestas de los setenta en vecindades de la Colonia Roma. Sí, sí, es la misma que escuchábamos en 1974, con Grand Funk Railroad (aparece al final del álbum All de the girls in the world, beware!). Pero siete años antes ya la habían grabado los Soul Brothers Six, grupo al que pertenecía John Ellison. Hasta ahora no he tenido, sin embargo, la oportunidad de escuchar esa versión, la original. De cualquier manera, lo que hace Vieja Estación es desmpampanante, y Peaches lo agradece con su voz, con su danza y con el ritmo integrado a cada una de sus moléculas.

Pasada la medianoche, Mauro Bonamico plantea dos posibilidades: ¿Nos seguimos ahora y le damos una vuelta al repertorio, o nos vamos a descansar y mañana a mediodía hacemos un repaso general?

Cualquiera de ambas opciones me parece buena –dice Peaches. No tengo problema para seguir ahora mismo. En Chicago, hay veces que terminamos a las tres o cuatro de la mañana. Y conste que yo me levanto todos los días a las seis, para ir a trabajar al hospital (recordemos que Peaches tiene una segunda profesión: es físico-terapeuta).

Bien –insiste Mauro-, necesito una respuesta. ¿Qué hacemos?
Si quieren –sugiere Peaches-, definimos el orden de las piezas y nos vamos a dormir.


Al calor del vodka, el whisky, el brandy y las cervezas, discutimos el orden de las piezas (discutimos suena a manada, pero así es, porque Lalo Serrano y el que esto escribe, ambos sin vela en el entierro, logramos imponer una canción que, a propósito, a mí ni siquiera me enloquece; pero la cosa es intervenir y vivir la sensación de que somos parte de una de las mejores bandas de esta ciudad) ...

-Aquí un blues, allá el boogie, por este otro lado zydeco; acullá, una mezcla de Willie Dixon y Bob Marley (Wang Dang Doodle y Get up, stand up), más blues en medio. 


Peaches anota en las hojas que arrancamos de mi Moleskine: Jim Dandy, Mighty Gumbo, The Hoochie Coochie Mamma, Mojo Boogie, Fever, Can’t you see; Hole in the wall, Bring it on home to me, y anuncia así el concilio de divinidades que se celebrará durante este fin de semana: desde los ya mencionados Dixon y Marley hasta J.B. Lenoir y Muddy Waters, pasando por Sam Cook, Otis Blackwell y la chulísima LaVern Baker, sólo por mencionar a los que reconozco de botepronto.

Peaches resiente la diferencia de altitud entre Chicago (179 metros) y la Ciudad de México (dos mil y pico de metros), pero ello no impide su buen humor y sus ganas locas de hacer música tres noches seguidas en Ruta 61.

sábado, 20 de septiembre de 2014

Todo álbum tiene su noche

Jueves 6 de abril de 2006. No hay diseños exclusivos ni realizaciones en shantung; no hay sedas naturales ni encaje de chantilly; no hay drapeados en color oro viejo ni bordados a mano con pedrería y canutillos de cristal tornasolado; nadie luce creaciones dignas de reinas, infantas y princesas. Nada, pues, de boato: no hay pompas, terciopelos ni oropeles. ¿Qué hay, entonces?

Hay rocanrol. Y, alrededor de él, las actividades múltiples, las conversaciones simultáneas y los insólitos personajes que hacen de Ruta 61 el Jockey Club del siglo XXI. Habremos perdido la elegancia y el gusto por la música de salterios, es cierto; pero, a cambio, contamos con un bar para escuchar buen blues y platicar con los amigos.

Esta noche hierve la vida en Ruta 61, por la presentación de Todo perro tiene su día, el más reciente álbum de Vieja Estación.

Dos Señoritas de Aviñón se ensartan con el que esto escribe en una discusión sobre política nacional, mientras Mariana Dávila, a medio vestir y muy dark, hace malabarismos de fuego en la calle, a la entrada, para invitar a los transeúntes a pasar y vivir buen rocanrol.

José Luis Sánchez y Octavio Herrero describen emocionados la participación de Anita Ekberg en Bocaccio 70, mientras Octavio Soto, el Charro, mira en silencio a la concurrencia.

Cierta mujer saluda de prisa y con besos casi al aire (ni tiempo daba de chulearle sus preciosos cuasi-caireles), porque ya tiene mesa apartada, con dos amigas (al cotilleo entre argentinas se une, a veces, Gabriela Brontese, inesperadamente platicadora).

Alejandro y Néstor, dueños del Wicklow de Querétaro, amarran acuerdos con el Polaco (Ezequiel Espósito) para la presentación del disco en ese hermoso pub estilo irlandés el sábado 8, mientras Tomy (Santiago Espósito) saluda de abrazo y beso al Negro García López, extraordinario músico que alguna vez salvó a cierto baterista de liarse a golpes con un marido celoso (lo salvó, invitándolo al indispensable palomazo, aunque no me acuerdo si don Juan de los Tambores subió al escenario, porque en realidad estaba que hervía y con ganas de medir sus fuerzas).

Mauro Bonamico conversa con Catire y la chula Solana –vestida como para una buena película francesa-, mientras Silvia Flores y José se comprometen a abrir conmigo un Jack Daniel’s que anda rezagado en su casa. Y Marie nos cuenta que está a punto de irse a Playa del Carmen (ya ha de estar allá), mientras Malena Rouge deja su voz entusiasmada en la grabadora de un joven periodista (ese mismo reportero realizará después una larga entrevista con Vieja Estación).

Raúl de la Rosa pasea entre las mesas, en busca de alguien que se atreva a escucharlo durante media hora. Tania Molina sigue los pasos de Raúl, en busca de alguien que la felicite por la nota sobre Vieja Estación publicada hace unos días en La Jornada.

Doña María del Carmen Herrera y su hijo Rafael Martínez mantienen en sus respectivos rostros esa sonrisa eterna que es siempre un enigma. Doña María del Carmen tiene el buen tino de ocupar el lugar donde acostumbra sentarse doña Alba Criscuolo cuando viene a México.

Y Betsy, la única Betsy que puede aparecer en nuestra mente, la única Betsy de la que tiene caso hablar, la Pecanins, acompañada de otro grande: Enrique Abrahamson. Ambos, discretos pero contentos, avalando con su presencia el buen rocanarol de Vieja Estación.


viernes, 12 de septiembre de 2014

Ignacio el Furtivo

Creo que voy a publicar esta vez mi serie Ignacio el Furtivo: fotos que hace poco tomé a Ignacio Espósito, uno de mis bateristas de rocanrol favoritos (junto con Charlie Watts y Terry Bozzio). 

Con precisión de relojería, Nacho garantiza siempre el desarrollo expresivo de Vieja Estación. Pero no sólo eso: bien sabemos quienes lo hemos visto proteger el ritmo de tipos como Billy Branch que Ignacio es algo así como el Jefe del Departamento de Continuidad de Radio Rock and Roll, donde un mal paso o un viento colado inoportunamente pueden tirar la antena que con tanta esfuerzo se levanta para una recepción clara y fidedigna, y donde los ajustes de frecuencia determinada sólo pueden realizarse desde una mente atenta y concentrada en las fibras imperceptibles de la música.















sábado, 6 de septiembre de 2014

Camel Bonamico



















¿Ya tienes, lector, tu ejemplar de Todo perro tiene su día? ¿No? Vas a darte de topes en la pared cuando desaparezca del mercado y te des cuenta de que cometiste un error al no atender mi sugerencia de adquirirlo.

Con el tiempo, una primera edición se vuelve tesoro invaluable. Pregúntaselo a quien tiene entre sus viejos LP la edición original de Their Satanies Majesties, con la portada en tercera dimensión... o el Stand up de Jethro Tull, con un pop up interior que muestra a Ian Anderson, Martin Barre, Clive Bunker y Glenn Cornick, los músicos, con los brazos abiertos. Pero no sólo hablo de portadas memorables, sino de grabaciones formidables, y es en éstas donde incluyo Todo perro tiene su día, que además cuenta con una hermosa envoltura diseñada por Octavio Herrero, el productor del disco.




Camel Bonamico


He incluido en esta entrega la fotografía de una cajetilla que me encontré en Ruta 61. La alteración del dibujo se la debemos a Mauro Bonamico, bajista de Vieja Estación.