sábado, 20 de septiembre de 2014

Todo álbum tiene su noche

Jueves 6 de abril de 2006. No hay diseños exclusivos ni realizaciones en shantung; no hay sedas naturales ni encaje de chantilly; no hay drapeados en color oro viejo ni bordados a mano con pedrería y canutillos de cristal tornasolado; nadie luce creaciones dignas de reinas, infantas y princesas. Nada, pues, de boato: no hay pompas, terciopelos ni oropeles. ¿Qué hay, entonces?

Hay rocanrol. Y, alrededor de él, las actividades múltiples, las conversaciones simultáneas y los insólitos personajes que hacen de Ruta 61 el Jockey Club del siglo XXI. Habremos perdido la elegancia y el gusto por la música de salterios, es cierto; pero, a cambio, contamos con un bar para escuchar buen blues y platicar con los amigos.

Esta noche hierve la vida en Ruta 61, por la presentación de Todo perro tiene su día, el más reciente álbum de Vieja Estación.

Dos Señoritas de Aviñón se ensartan con el que esto escribe en una discusión sobre política nacional, mientras Mariana Dávila, a medio vestir y muy dark, hace malabarismos de fuego en la calle, a la entrada, para invitar a los transeúntes a pasar y vivir buen rocanrol.

José Luis Sánchez y Octavio Herrero describen emocionados la participación de Anita Ekberg en Bocaccio 70, mientras Octavio Soto, el Charro, mira en silencio a la concurrencia.

Cierta mujer saluda de prisa y con besos casi al aire (ni tiempo daba de chulearle sus preciosos cuasi-caireles), porque ya tiene mesa apartada, con dos amigas (al cotilleo entre argentinas se une, a veces, Gabriela Brontese, inesperadamente platicadora).

Alejandro y Néstor, dueños del Wicklow de Querétaro, amarran acuerdos con el Polaco (Ezequiel Espósito) para la presentación del disco en ese hermoso pub estilo irlandés el sábado 8, mientras Tomy (Santiago Espósito) saluda de abrazo y beso al Negro García López, extraordinario músico que alguna vez salvó a cierto baterista de liarse a golpes con un marido celoso (lo salvó, invitándolo al indispensable palomazo, aunque no me acuerdo si don Juan de los Tambores subió al escenario, porque en realidad estaba que hervía y con ganas de medir sus fuerzas).

Mauro Bonamico conversa con Catire y la chula Solana –vestida como para una buena película francesa-, mientras Silvia Flores y José se comprometen a abrir conmigo un Jack Daniel’s que anda rezagado en su casa. Y Marie nos cuenta que está a punto de irse a Playa del Carmen (ya ha de estar allá), mientras Malena Rouge deja su voz entusiasmada en la grabadora de un joven periodista (ese mismo reportero realizará después una larga entrevista con Vieja Estación).

Raúl de la Rosa pasea entre las mesas, en busca de alguien que se atreva a escucharlo durante media hora. Tania Molina sigue los pasos de Raúl, en busca de alguien que la felicite por la nota sobre Vieja Estación publicada hace unos días en La Jornada.

Doña María del Carmen Herrera y su hijo Rafael Martínez mantienen en sus respectivos rostros esa sonrisa eterna que es siempre un enigma. Doña María del Carmen tiene el buen tino de ocupar el lugar donde acostumbra sentarse doña Alba Criscuolo cuando viene a México.

Y Betsy, la única Betsy que puede aparecer en nuestra mente, la única Betsy de la que tiene caso hablar, la Pecanins, acompañada de otro grande: Enrique Abrahamson. Ambos, discretos pero contentos, avalando con su presencia el buen rocanarol de Vieja Estación.


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