sábado, 23 de agosto de 2014

Todo perro tiene su día (primera parte)

Era como si después de haber estado caminando por la noche hueca y al viento,
atravesara una alta concha vertical, hacia la costa de un mar interior.

Dylan Thomas, Portrait of the artist as a young dog

2005. ¡Por fin! En estos días tendremos en nuestras manos y para gozo de nuestros oídos Todo perro tiene su día, el nuevo disco de Vieja Estación. Por eso y con el propósito de registrar pasajes de su historia, vayamos a la madrugada de su nacimiento.

Muchos me dirán aventurero, y lo soy, sólo que de un tipo diferente y de los que ponen el pellejo para demostrar sus verdades.
Che Guevara, 14 de diciembre de 1964.

A principios de noviembre de 2004, Vieja Estación se presenta en el octavo festival de blues de la ciudad de Aguascalientes (Aguas Blues). Y es durante ese viaje que concluyen los acuerdos para grabar el nuevo disco de la banda bonaerense, cuyos miembros coinciden en invitar a Octavio Herrero para que produzca el álbum.


El guitarrista de Las Señoritas de Aviñón, a su vez, propone que sea Rafael Martínez el ingeniero de sonido. Queda por establecer el lugar donde montar el estudio y, sin mucha urgencia, el nombre que habrá de llevar el disco.

Para esto último, la primera idea que surge es Sin tratos, frase que también da título a una de las canciones por grabar y que, además, resume la postura del grupo como tal y ante el mundo. Pongo palabras en sus bocas:

En tratándose de nuestra música, somos absolutamente intransigentes y verticales; no hay medias tintas, no hacemos concesiones; es música sin tratos, sin condescendencias; si alguien habrá de aceptarnos, tendrá que hacerlo admitiendo nuestra naturaleza, nuestras ideas y nuestra forma de expresión, que es el blues y el rock and roll; podemos, en el camino, aprender y adoptar nuevas maneras de decir las cosas, pero la experiencia habrá de partir de certidumbres éticas y estéticas, de una moral revolucionaria que no pacta ni se vende.


En este sentido, Vieja Estación resucita la inmoderación y la rebeldía de la que surgió el rock and roll y en la que se formó parte de la generación de los sesenta, con su carga de ingenuidad incluida. Por eso, no podemos escuchar a Vieja Estación sin percibir en su música y en su actitud las palabras del Che Guevara: Prefiero morir de pie que vivir arrodillado.

De cualquier manera –y sin que esto signifique disminuir el peso contestatario de Vieja Estación-, el título no será el que se pensó en un principio, sino Todo perro tiene su día, que a fin de cuentas es el verso con el que inicia Sin tratos (ya hablaremos de cada una de las canciones).

Anoche, por otro lado, Mauro y Tomy me señalaron un error de memoria: no es Vieja Estación quien invita a Octavio y a Rafael a unirse al proyecto, sino que son estos dos locos (¡cómo si no tuvieran cosas que hacer!) quienes, entusiasmados, ofrecen su conocimiento, su experiencia, su tiempo y su trabajo.


¿Por qué lo hacen? Es muy fácil entenderlo: por lo mismo que Lalo Serrano decide iniciar Ruta 61 Records con esta banda llegada de Argentina con carta de naturalidad chilanga por decisión de quienes nos sentimos orgullosos de su presencia. Los considero parte de mi ciudad, y dure lo que dure su estancia en estas tierras, la historia de nuestra música tendrá que mencionarlos en el futuro, cuando se haga el recuento de la primera década del siglo.

¿Por qué lo hacen? ¡Por lo mismo que Las Señoritas de Aviñón se sienten a gusto en compañía de tan excelentes músicos!


¿Por qué lo hacen? Por lo mismo que ya hay en la ciudad muchos fieles del grupo argentino (no sólo en el Distrito Federal, también en San Miguel de Allende, Villahermosa, Querétaro y Aguascalientes). Así comienzan las manías y las fiebres en la música popular. Y cuando éstas surgen de manifestaciones reales del arte, el gusto se mantiene más allá de cualquier moda.




Por otra parte, debe señalarse que Octavio Herrero no sólo comparte la producción del disco con Vieja Estación, sino que incluso participa de manera significativa en su financiamiento.

En fin, que el guitarrista de Las Señoritas de Aviñón es productor, mientras que Rafael Martínez se encarga de la ingeniería de sonido. Pero, a mediados de ese mismo mes, Octavio se entera de que Patricia, su hermana, no podrá prestar la enorme casa donde vive para montar en ella el estudio de grabación.

Inmediatamente, el autor de Magdalena llama a Alejandra, su prima:

-¡Ah, ya sé, Octavio, le voy a decir a Homero que si tiene disponible algún lugar!

Homero es entonces el esposo de Alejandra y ofrece un local en la colonia Del Valle, una casa a medio abandonar cuyas condiciones resultan ideales para cumplir el proyecto de Vieja Estación.

Creo, entonces, que uno de los primeros agradecimientos es el que bien se merecen Homero y Alejandra, cuya amorosa solidaridad permite arrancar lo que ya no puede atrasarse más: la grabación de las canciones que formaran el nuevo disco de Vieja Estación.


El pasado es a veces un río que me arrastra cuesta abajo
(E.E.)

Martes 30 de noviembre de 2004. Las sesiones de grabación comenzaron a media tarde, entre hamburguesas, whisky, papas a la francesa, refrescos, cervezas y salmón ahumado. Ese mismo día, tuve la fortuna de escuchar a Ezequiel Espósito, en audición privadísima, cantar canciones que él y un amigo (Nicolás Bereciartúa) habían grabado a principios de 2004. Son canciones que quién sabe si algún día se integren al repertorio de Vieja Estación. Lo dudo, parecen cosas muy personales, canciones nocturnas, canciones de ausencia y desolación, corazones escondidos en maletas de viaje, sillas viejas, collares de piedras, pesados y tristes, más tristes que la tristeza; precipicios, lluvias vespertinas, espaldas donde juegan nubes, dulzura de mujer que nos rescata del abismo, amigos zorros que de noche buscan conejas; el pasado, siempre el pasado, río que jala, pasado siempre presente, por más que lo vivido, bien o mal, vivido está.


Ojalá que algún día el Polaco decida darlas a conocer, al menos para que quienes admiramos y seguimos a la banda tengamos la oportunidad de rastrear hacia atrás y hacia todos lados los procesos de creación y composición de todos y cada uno de los miembros de Vieja Estación. De esta manera, el escucha atento descubrirá, a propósito, que si la música del grupo ha evolucionado tanto en su capacidad expresiva como en la ejecución de la orquesta, es claro que algo semejante sucede con las letras, donde se encuentran hoy mayores destrezas poéticas, imágenes más nítidas de lo que se quiere describir o contar, siempre sin perder la necesaria sencillez que exige una buena canción; no hay petulancia intelectual ni abstracciones imposibles de descifrar; hay, eso sí, un tema recurrente, del que hablaremos en otro momento. Por ahora, volvamos al recuerdo de esa tarde, cuando, de forma natural y desde el primer momento, las complicaciones brotaron como lombrices, sobre todo en el envío del audio hacia los audífonos.


Es curioso, porque a pesar de que se trata de un problema inherente al inicio de toda grabación, esto siempre causa nerviosismo, frustración, cansancio y enojo. Comienzan los reclamos y los roces…

Tomy, Nacho y Mauro insisten que algo anda mal con la señal, y Octavio explota:

-¡Pero es que acuérdense que ahorita los instrumentos no están ecualizados!

No, yo sé, yo sé –señala Tomy-; el problema es el volumen en los audífonos.


Octavio se acerca a Rafael, y le pregunta que qué está pasando. Decente pero contundente, Rafael habla con la mirada en los controles:

-A ver, Octavio, no me presiones.

Más tarde, llega Lalo Serrano, el sediento dueño de Ruta 61. Al ver que no hay cervezas, jala a Tomy y se lo lleva a la miscelánea más cercana. Mientras, Mauro, que nunca pierde la compostura ni las buenas maneras, trata de explicar la sensación que experimenta con estos audífonos:


-Se escucha con cámara. Se escucha como si estuviera sonando el equipo, pero en otra parte. Así se escucha.

Octavio y Rafael hacen pruebas, y Mauro advierte:

-Ahora no se escucha el bajo, como si estuviera apagado recién.

Octavio, que no se va a dejar vencer por los nervios de la banda, propone:

-¡A ver, a ver, todos hagan oooooommmmm!

Regresan Tomy y Lalo, y en esos momentos el segundo recibe llamada en su celular. Parece que se activó la alarma de Ruta 61.

-¿Quién toca hoy, Lalo?, pregunta el Polaco.
-Blue Anima…

Tomy y Mauro no se sienten cómodos en el salón de Nacho, así que deciden pasarse a la recámara contigua. Octavio prueba los audífonos del baterista:

-¡Bueno, Ignacio! ¿Ahí estás escuchando?
-Y… no sé. Ahora no estamos tocando. Lo que escucho es un grillo.
-Sí, se está colando un grillo que están en el techo.

Octavio mueve el amplificador del bajo… y tira la cerveza.

Miren, yo sé de ambientes! Todo va a resultar bien, dice Octavio mientras limpia con cualquier cosa su tiradero.

-Pará, pará. Hay que hacer algo, Nacho, porque sólo se escucha el tacho.

Lo anterior lo dice Tomy a gritos, así que todos se enojan…

-¡Por favor, boludo! ¡Qué tipo más duro, me cago en Dios!
-Yo escucho perfecto. Pero ahora que ellos pidan lo que necesitan. Me van a cagar las pelotas.

Mauro, siempre tan respetuoso:


-Me parece, digo, para mí, ¿eh?, yo, no sé los demás, que ya está perfecto.
-¿Y tú, Nacho?
-Y… ¡que alguno me explique qué es la perfección!




No cansaré a los lectores con la narración detallada de momentos íntimos. Que el pasaje anterior sirva como botón de muestra para entender el ambiente en que se dio la grabación de Todo perro tiene su día. Prefiero hablar de las canciones.



Sugiero escuchar este disco con audífonos y a todo volumen. Hay que aislarse, pero de veras aislarse, como lo hacen los anacoretas cuando quieren percibir la voz de Dios. Porque, a propósito, el disco inicia con Hacia dónde voy, una canción de tono mesiánico.



HACIA DÓNDE VOY


Veo a un profeta enojado, levantando los brazos y lanzando imprecaciones contra un mundo de ciegos, una imagen que abona a favor de la asociación que en algún momento hice entre el grupo bonaerense y el idealismo revolucionario de mediados del siglo XX. Sin embargo, tengo que ser cauteloso, porque esta relación no es necesariamente compartida por la banda. El domingo pasado, saliendo del cine con Ignacio Espósito (fuimos a ver Syriana B-15, de Stephen Gaghan), el baterista me dijo que él, personalmente, está más cerca de Gandhi que del Che Guevara...

-A sabiendas, Agus, de que quién sabe, porque... ¿qué alcanzó Gandhi con su pacifismo?
-¡Bueno, Nacho, digamos que él es protagonista central en la independencia de la India! De cualquier manera, tomo en cuenta tu deslinde del agua que llevo a mis molinos
-¿Quieres decir que tú sí tomarías las armas y participarías de una revolución violenta?
-¡No! Soy un hablador.

Advierto lo anterior para que se entienda que todo lo que aquí escriba es una interpretación personal, no una exégesis, porque no estamos ante un Viejo Testamento sino ante Vieja Estación, una banda de rocanrol.

Vayamos a Hacia dónde voy.

Imagina que abres la puerta de tu casa y, en ese preciso instante, un enorme tanque blindado te sorprende y te lleva de corbata hasta la cocina.

¡Pero no es un tanque militar, es un tanque de música, que bien hubiera funcionado en la Roma de Cletus Awreetus-Awrightus, el emperador funky de El Grand Wazoo!

Así comienza el disco de Vieja Estación: la guitarra de Santiago –sostenida por el resto de la banda, que parece un ejército invasor de conciencias y de corazones- no te da tiempo si quiera de servirte el primer whisky o encender el primer cigarro. Cuatro compases duros y precisos, que de tan severos rompen los muros más interiores de la indolencia cotidiana; y del polvo surge, entonces, la voz de Ezequiel, que aquí parece llegar del desierto, vestido con piel de camello, después de alimentarse de raíces y miel silvestre.

Escucho la canción mientras miro, por casualidad, el Martirio de San Sebastián pintado por Antonio de Pollaiolo (1432-1491). Este pasaje del martirologio cristiano ha sido plasmado por otros artistas, como por ejemplo El Greco. El santo, torturado por las flechas envenenadas que lanzan los soldados de Diocleciano, parece preguntar, como el Polaco, hacia dónde voy, con esa misma mezcla de obstinación e incertidumbre que puede observarse en quienes no traicionan principios ni ideales.

Sebastián muere (aunque no en ese momento, sino en una segunda aprehensión) por profesar la fe cristiana entre sus compañeros soldados (él era centurión del imperio); y aunque creamos ver en su rostro beatitud, es muy probable que en el momento del suplicio lo que pasa por su debilitada mente es la misma serie de angustias y dudas que tuvo Jesús al ser crucificado (Leví Leví lemma sabactani, Señor, Señor, ¿por qué me has abandonado?, dicen Marcos y Mateo que dijo su maestro a la hora nona, un poco antes de morir).


¿Y si he llegado a esto basado en una ficción, en un sueño? ¿Hacia dónde voy?

Después de correrla tres veces seguidas, quito la canción y me pongo a escuchar la música incidental compuesta por Debussy sobre la pieza escrita por Gabriel D’Anuzzio para narrar la historia de Sebastián. Y sólo así puedo escribir, para esconderme un rato del Polaco y de toda Vieja Estación.

El título de la canción se vuelve frase colectiva en el primer verso, ¿Hacia dónde vamos?, que da paso a la retórica de la indignación: ¿Hay que tragar barro para renacer?


Repito, hay en esta canción el peso del disgusto y el reclamo, hay mucha incomodidad. No puedo evitar las referencias bíblicas: recuerdo a alguien que, hastiado de los mercaderes en el templo, se lanza contra ellos, los acusa de herejes y los expulsa violentamente. Poco falta para que el Polaco grite ¡Han convertido la casa de mi padre en cueva de ladrones!

Sin embargo y a diferencia de los profetas más encumbrados, el personaje de Hacia dónde voy admite que no tiene las respuestas. Y no las tiene porque, dice, no las conoce…

¿Pero a quién puede importarle lo que yo pueda creer?


Al escuchar esta cátedra de humildad y de humanidad, surge en mi mente aquella escena de La última Tentación de Cristo, de Scorsese, en la que Jesús (Willem Defoe), casi al principio de la película, se confiesa ante Judas (Harvey Keitel) y advierte que nada tiene que anunciar, que, al contrario, él es un hombre miedoso y lleno de dudas. El personaje de Hacia dónde voy, sin embargo, no llega a tal desprecio de sí mismo: sólo quiere decir que, a diferencia de otros, él no trae consigo la verdad; sólo coloca el dedo en la llaga y deja en cada uno de nosotros la responsabilidad de caminar.

Escupí las moscas de tu boca y entendé…
Sos el único que puede llevarte hasta donde vos querés.

Dos detalles se presentan en la pieza como altorrelieves de esta máquina de rocanrol que es Vieja Estación: un pequeño momento de Jose Luis Sánchez, cuyo teclado adorna el mediodía de la canción, y el solo de guitarra con el que Santiago cierra el discurso y dibuja el camino hacia el horizonte, donde el profeta se pierde de la vista de todos y se va a sentir el sol en sus pies.

Continuará

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